Si la pobreza, la impunidad, la corrupción y las epidemias se enseñorean por todo el subcontinente, ¿por qué las asonadas militares habrían de quedar archivadas en el pasado? El desplazamiento del presidente constitucional de Honduras, Manuel Zelaya, no es en realidad un incidente aislado, sino la resultante de un proceso de degradación institucional que se viene registrando y acentuando desde hace décadas.
La unanimidad del rechazo internacional que logró aislar al régimen de facto debería servir no solamente para restaurar la democracia hondureña, sino también para reflexionar sobre las amenazas que hoy se ciernen sobre las instituciones latinoamericanas.
Ocurre que la legitimidad invocada por Zelaya para ser restituido en el cargo de presidente debería ir más allá del respaldo de los sufragantes, dado que la democracia, como advierten la mayoría de los latinoamericanos no se reduce a la elección periódica de representantes.
paradójicamente, en ese sentido, la mayor amenaza que hoy sufren las democracias latinoamericanas proviene de sus mismas deformaciones, como por ejemplo, los regímenes populistas instaurados por líderes pretendidamente socialistas como el venezolano Hugo Chávez.
¿De qué sirve ser ratificado en las urnas si en la práctica, como ha ocurrido en Argentina, se transgreden los principios republicanos? La democracia necesita de una legitimidad diaria que dan el respeto de las normas vigentes, especialmente por parte del Estado, y las garantías y derechos constitucionales que vale recordar, no deberían ser letra muerta.
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