martes, 25 de agosto de 2009

Los senadores “malhablados”


“Que a la candidatura se la recontra metan en el medio del culo”, dijo ofuscado Carlos Reutemann, mientras su ex mano derecha, Roxana Latorre, afirmaba que ella no es “una figura boluda que pone la firma”. No hace falta aclararlo, no se trata de un grupo de reos o miembros de una barrabrava, sino de dos senadores que representan a casi 3,3 millones de santafesinos en el Senado de la Nación.
La cuestión va más allá de un simple prurito en materia de uso del lenguaje y está relacionada con el desprecio que demuestran la mayoría de los legisladores argentinos hacia sus representados. Que Reutemann y Latorre se expresen como pendencieros de arrabal no es más grave que la certeza de que la voluntad popular manifestada con claridad a través de las urnas pueda ser negociada en función de aspiraciones particulares y partidarias.
La mayoría de los santafesinos saben que Reutemann es un ferviente defensor del verticalismo a ultranza, al punto que tras casi veinte años de labor política ininterrumpida no pudo siquiera dejar un delfín o sucesor. Latorre compartió sin chistar esa forma de concebir la actividad pública que la asemeja al medrar silencioso de las castas y la aleja del bien común de la sociedad. Ahora se rebela no por convicciones democráticas -probablemente inexistentes-, sino porque ha decidido ser fiel a la estructura partidaria y no al líder que siguió de manera ciega durante tantos años. Puede decirse que ambos son víctimas de las mismas prácticas perniciosas a las cuales supieron consagrarse con devoción.
Lo grotesco es que la ruptura que la prensa se empeña en denominar “divorcio” tiene lugar apenas unas semanas después de que la fórmula Reutemann-Latorre se impusiera en una reñida elección que tuvo el conflicto agropecuario y la transferencia de recursos económicos de las provincias a la Nación como telón de fondo.
Fue precisamente la posición antagónica hacia el kirchnerismo el factor que permitió que Reutemann superara por un escaso margen al socialista Giustiniani y paradójicamente le abriera la puerta a la reelección de Latorre. Esa postura inflexible aparece ahora como una promesa de campaña que quedó olvidada tras las elecciones y una traición al interior provincial.
Reutemann está en problemas porque sus palabras resuenan más de la cuenta, en parte porque no es un hombre locuaz y en parte porque al fin de cuentas sigue siendo un “presidenciable”. Todo indica que avanzará con el rigor que lo caracteriza sobre su colaboradora infiel, expulsándola del PJ, aunque eso parece un módico consuelo si se considera el daño que la ahora “extraña pareja” se ha provocado a sí misma.
Mientras el kirchnerismo festeja el traspié de su rival en la interna del PJ, la oposición se fortalece no tanto por mérito propio sino por la torpeza ajena. “Después de las elecciones volverán a estar todos juntos”, repitieron los socialistas durante la última campaña, cuando Reutemann sobreactuaba su adhesión a la causa ruralista, afirmación que es cierta de manera parcial, ya que la senadora Latorre no trepidó en sumarse al rebaño kirchnerista, dejando en soledad a su mentor, quien no lo hace sencillamente porque no le conviene a sus ensoñaciones presidenciables.

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